Mi relación con Cortázar comenzó a mis 17 años con Rayuela, allá por 1968, cuando en Buenos Aires caminar por Florida al 900 era entrar en otro mundo.
En la famosa “Manzana Loca” convivían todas las vanguardias artísticas: el Instituto Di Tella, la Galería del Este y los jóvenes que, acortando polleras y alargando melenas, se manifestaban a través de la moda.
Así se expresaba Urano, el planeta de la renovación de las formas, que había entrado en Virgo a finales de 1961 y a quien se sumó a los pocos días Saturno entrando en Acuario.
Para Cortázar, que para ese entonces tenía unos 48 años, eso significó una profunda crisis. Su Sol y su Mercurio fueron profundamente afectados y se reflejaron en dos acontecimientos importantes. Después de su primer viaje a Cuba, su matrimonio de 15 años con Aurora comenzó a resquebrajarse. Él, conmovido por lo que descubre en esos primeros años de la Revolución, confiesa tener un vacío político y se compromete a tratar de entender los cambios que estaban sucediendo en el mundo.
Su Sol en Virgo conjunción Mercurio lo había definido como un intelectual nato. Se definía a sí mismo: “De 1946 a 1951, vida porteña, solitaria e independiente; convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano, lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético”.


Su pasión fue desde siempre la literatura que lo acompañó desde sus años de niño enfermizo. Esta tendencia seguiría expresándose en su actividad laboral, ya que luego de obtener el título de traductor público de inglés y francés, obtuvo una beca de perfeccionamiento en París. Escribía cartas, leía e investigaba los más variados temas entre los cuales también se encontraba la Astrología. El peso y el valor de la palabra queda reflejado en este discurso de 1981: “Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que, a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas como monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados.”
Pero a sus rasgos virginianos, se les sumó la fuerte presencia de Urano en Acuario en aspecto con su Sol, su Luna, su Mercurio y su Marte, generando una personalidad creativa y laboriosa.
Reflejo de todo ello fue también su “no pertenencia a una patria” sintiéndose ciudadano del mundo. No abordar ideas cerradas, no reconocer como propias las formas establecidas y una propia noción de “lo normal”. Ejemplo de ello fueron sus formas de vivir el tiempo/Saturno, por ejemplo en el cuento “Aplastamiento de las gotas” unos segundos se convierten en media hora de observación. O en “Los autonautas de la cosmopista” en el que subirse con su pareja a una combi con la máquina de escribir para vivir durante 33 días en la ruta resulta algo “natural”. En esta experiencia no sólo experimenta el “anti” viaje, sino que da lugar a la publicación de otro “anti” libro en el cual fotos, recetas, planos, dibujos y textos de ambos se dan la mano.
Otro rasgo de ello, es su identificación con los “cronopios”. Personajes de ficción que viven en un mundo lúdico, abierto y liviano donde todo es posible y que pueden conocer “el otro lado de las cosas”. Este aspecto de su personalidad le permitió a su alma mantenerse eternamente joven más allá de los años.
Es también Acuario en su Casa II, conteniendo a Júpiter y Urano, la que define cómo materializando esos “mundos intangibles” logró posicionarse en el mundo concreto.


Su Ascendente Sagitario, el de los grandes viajes en el tiempo y en el espacio, lo lleva a nacer en 1914 en Bélgica, en medio de la Primera Guerra Mundial. Sus padres, María Herminia Descotte y Julio José Cortázar eran argentinos, con ascendencia vasca, francesa y alemana y cumplían allí funciones diplomáticas. Al poco tiempo, la familia viaja a Suiza y luego se instala en Buenos Aires. Los viajes y los cambios de casas fueron una constante en su vida.
Su particular sentido de la realidad expresado por su Saturno en Cáncer en conjunción con Plutón lo podemos ver reflejado desde su infancia. Tempranamente el padre abandonó a la familia y la madre asumió el cuidado de sus dos hijos: Julio y Ofelia que crecieron en un suburbio bonaerense al amparo de varias mujeres de la rama materna.
Esta ausencia tan presente seguramente le significó sentirse siendo muy pequeño “el hombre de la casa” y Saturno que rige la estructura ósea, lo reflejo en su 1.93 metro de altura y en la desproporción de brazos, piernas y cráneo.
El eterno complemento de Saturno, la Luna que en su Carta se encuentra en Escorpio, le dio un mundo emocional intenso, profundo, con muchas pruebas o eso que llamamos crisis de evolución. Su Neptuno en Cáncer aportaba aún más sensibilidad, mundo onírico, imágenes internas y habitual contacto con lo fantástico, las pesadillas y los sueños.
En sus recuerdos dice “Pasé mi infancia en una bruma de duendes, de elfos, con un sentido del espacio y del tiempo diferente al de los demás… No conservo recuerdos felices de mi infancia, demasiadas tareas, sensibilidad excesiva, tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados(…) Hay un cuento que me proyecta mucho: “Los venenos”. Tuve unos amores infantiles terribles, muy apasionados, llenos de llantos y deseos de morir; tuve el sentido de la muerte muy, muy temprano, cuando se murió mi gato preferido. Este cuento, gira en torno a la niña del jardín de al lado, de quien me enamoré, y de una máquina para matar hormigas que teníamos cuando era niño. Asimismo, es la historia de una traición, porque una de mis primeras angustias fue el descubrimiento de la traición. Yo tenía fe en los que me rodeaban, y por eso el descubrimiento de los aspectos negativos de la vida fue terrible. Esto me sucedió a los nueve años”.
Su sensibilidad y afinidad con el mundo femenino queda reflejado en sus palabras: “Cada día me es más difícil hablar con los hombres. Con ellos hay que hablar de temas; en cambio, me gusta conversar con las mujeres, tienen las emociones a flor de piel, y eso es muy importante para mí, porque los hombres de mi generación se creían muy machos, y el falso pudor les impedía hablar de sus sentimientos.”
En su Balance de Elementos, el Fuego es escaso y seguramente compensado con la dominancia del Aire en el fluido uso de la palabra, los libros y los idiomas.
A nivel biológico tuvo sus consecuencias, él se definía a sí mismo como un tipo asténico, es decir fatigado y con poca vitalidad. El Fuego estaba presente en su amor por los gatos, el jazz y el boxeo. Aseguraba que una novela debía ganar por rings y el cuento por knock-out. Fueron también sus parejas quienes le aportaron este Elemento. Sus esposas, Aurora y Carol tenían Lunas en Aries y esta última también su Sol en ese signo.
Esta característica se relaciona con su Marte en Libra. El planeta de la acción y referente de lo masculino se encontraba en el signo de la diplomacia, la elegancia y la corrección. También en ser un “hombre de pareja” ya que prefería este vínculo a la vida social y mundana.
El hombre de la eterna juventud también murió joven, a sus 69 años y diagnosticado de leucemia. El Elemento Fuego se hizo otra vez presente ya que la sangre y los glóbulos rojos/hierro lo simbolizan.
Y el ciclo se cerró muy virgianamente. El movimiento en espiral, típico de esta energía hizo que fuera Aurora, su primera esposa, quien lo cuidara en sus últimos años de viudo y a quien Cortázar dejó como única heredera de su obra, de sus documentos personales y manuscritos.
Para seguir conociendo sobre Cortázar y sus características virginianas, mirá este Vivo de Instagram.
